domingo, 17 de mayo de 2009

Los árboles de la memoria


Todo sucedió deprisa, sin avisar, de madrugada? Una cincuentena de plátanos de sombra, esos árboles que adornan los paseos y jardines de España, fueron talados indiscriminadamente en un abrir y cerrar de ojos por la obediente y dócil máquina excavadora, bajo mandato de la corporación municipal de Laviana.

El acto "arboricida" se desarrolló en el paseo central de la Pola (de Laviana) durante los inicios de reforma de la popular Avenida de la Constitución. Esos estupendos y alineados plátanos de sombra, plantados en los años treinta, se vinieron abajo en silencio, sólo roto por el ruido de la taladradora, para dar paso a un futuro y moderno bulevar. Qué lástima de ejemplares, árboles de tronco recto y corteza que se desprende en grandes placas, familiares, amigos, próximos y expertos en buena sombra por su excelente copa.

La falta de sensibilidad de todos, especialmente de los padres de la "cosa pública", contribuyó a esa aniquilación vegetal y estética. No lo entiendo por muchas justificaciones que se expongan. Destruir un árbol es delito, me comentaba el artista local Cuco Suárez, y "esa acción ignominiosa es como si me cortaran los pies", apuntaba indignado y cargado de impotencia. Y es que ese "arboricidio" se realizó de manera rápida, casi a traición, sin contar con la anuencia del pueblo, ese pueblo que siempre se busca a la hora de los votos para que apoye con su decisión la victoria en las urnas.

Tengo a bien reconocer que me ha impactado esa tala de árboles, esa estructura vegetal, que ha representado mucho para los habitantes de la Pola, ya que han formado parte del paisaje de siempre, el de la memoria, que es el de toda una vida. La vecindad todavía no se lo cree y todo son lamentos? Y en una fría mañana primaveral, la máquina cortadora se enfrentó, sin resistencia, a esos troncos cargados de vida y prestancia vegetal dejándolos rotos y tristes en el suelo terreno. La clorofila fluyó, como sangre fresca, por el arruinado paseo y el oxígeno y verdor de sus copas escapó a favor de los aires de Redes.

Se fue un precioso patrimonio vegetal, ya no queda nada en la Arcadia polesa. Los vestigios del pasado sólo están en la mente de los mayores y los nobles inmuebles se han derruido con suplencias vulgares y rarezas de estilo arquitectónico. Salvo excepciones, sólo abunda el ladrillo, escasas zonas verdes y calles estrechas y lúgubres. Esa población de base montañesa, bien situada junto al lecho de un río, racional y atractiva, ha quedado en la mente y en la retina de los que tienen un poco de querencia por lo suyo.

Es el reflejo de la socorrida y bella postal de correos. Sin embargo, la realidad es otra. Y sus habitantes protestan en los bares, en las tabernas y en las sidrerías, pero a la postre les importa un bledo. Una población adormecida y anestesiada por los cantos de sirena nunca llegará a nada. Y aquí, en este solar del alto Nalón el tiempo se ha detenido hace lustros. Falta más preparación y mucha cultura con el objetivo de armar a una sociedad civil que adquiera fuerza, conciencia y estímulo por la defensa de los intereses locales.

Los árboles talados, una absurda aberración, y no estoy en contra de nadie, ha sido un capítulo negativo más de la querencia municipal hacia las cosas domésticas. Lo único ventajoso de este hecho lamentable es el traslado del quiosco de la música a Pernambuco, un artefacto feo, inútil y falto de valor que asustó durante años a los indígenas y visitantes que se acercaban por la plaza mayor polesa.

Después de tanto desahogo, habrá que confiar en la feliz recuperación de un espacio público con los retoques adecuados y estilosos que exige la zona en cuestión. De lo contrario, los habitantes de la vieja puebla tendrán que invitar al defensor del pueblo para que alargue su mano y les oriente por caminos de sensatez y cordura. Peña Mea todavía está en su escarpada sierra. ¡Es todavía una suerte!

Carlos Cuesta en LNE

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