miércoles, 14 de octubre de 2009

Menudo sinvergüenza el Camps (tanto como otros)


"¡Qué mal lo estamos haciendo!". Se lamenta José Joaquín Ripoll, presidente del PP de Alicante, reducto del 'zaplanismo' en la Comunidad Valenciana, enemigo íntimo de Francisco Camps en el PPCV. Es miércoles 14 de octubre, por la mañana, y horas después de un comité ejecutivo próximo al surrealismo y un cruce de comunicados sin sentido entre Génova y Quart, Camps se reúne con Ricardo Costa en las Cortes para destituirlo, esta vez de verdad, como secretario general del partido y portavoz del grupo 'popular'. Cae la primera víctima del 'caso Gürtel' en Valencia y el partido se agrieta sin remedio.
No se atisba el final de lo que iba a ser "un ratito largo" y suena a chiste aquello de que "en el PP nos apoyamos, estamos muy contentos y es muy bonito". Francisco Camps, el estratega, el político prudente, el presidente sobreprotegido, recto, de misa de domingo, el barón de las mayorías más que absolutas, observa ahora desconcertado cómo se desmorona su plan y flojea su poder, en Madrid y también en Valencia. Costa se va, dicen que "temporalmente", y Camps sobrevive por ahora más débil que nunca.
A nivel interno, la primera consecuencia del caso Costa es el regreso a escena de Ripoll, uno de los que no aplaudió tras el Comité del martes. "Las actuaciones más correctas las ha tomado Esperanza Aguirre en Madrid", decía horas después. El jefe del PP alicantino ya no jugaba en Valencia, Camps trató de apartarlo incluso de Alicante apostando por Pérez Fenoll, alcalde de Benidorm, pero Ripoll resiste y ahora multiplica su peso en el partido.
Cuando se debilita el presidente, ganan peso los mandamases provinciales. Alfonso Rus en Valencia, Carlos Fabra en Castellón y José Joaquín Ripoll en Alicante, quien menos tenía, quien más gana. El alicantino fue el primero en reclamar que se eliminasen cuanto antes "las manzanas podridas". Si por él fuera, Costa habría desaparecido hace semanas.
El delicado respaldo de Fabra
Rus, el más cercano a Camps geográfica e ideológicamente, apenas se ha manifestado y Fabra ha hecho equilibrios entre la petición de "medidas contundentes" y su respaldo a Costa. El de Castellón no ha hecho sangre por la vía legal porque su currículo le obliga a callar y tampoco ha apuntado a Costa porque se sigue considerando su padrino político. Fabra impulsó la carrera de Juan Costa y luego acunó a su hermano Ricardo. Todos se conocen en Castellón. "Costa ya ha pedido perdón por permitir que algún grupo de mafiosos haya permitido conversaciones groseras e impúdicas, pero no sé qué más se puede pedir", ha dicho.
Cada uno ha apretado en su momento y Camps eligió posiblemente el peor para actuar. Han pasado ocho meses de caso Gürtel. Costa ya no es ni portavoz ni secretario general del PP valenciano, lo que Camps quería evitar sí o sí. Siempre entendió que despedir a su mano derecha era asumir todas las sospechas de financiación ilegal. Camps ha acabado claudicando pero nada será igual en su relación con Madrid. Luego ha nombrado como sustitutos de su 'número dos' a César Augusto Asencio y Rafael Maluenda, dos históricos del partido, alicantinos ambos, renegados del zaplanismo. Sin consultas, sin consenso. Nada será igual tampoco en su relación con Ripoll.
Francisco Camps ha perdido músculo de forma apresurada, aunque las encuestas le sigan sonriendo. El futuro, el suyo y el del caso es una incógnita. Nadie, ni siquiera Fabra, se atreve a dar por hecho el regreso de Costa, convertido ahora en víctima del 'número uno'. Y nadie, fuera de los comunicados oficiales, niega que el PP valenciano se asfixia en una crisis sin precedentes.

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